martes, 13 de abril de 2010

Martes 13, nunca mejor dicho

A través de la ventana veo las luces de la ciudad que se encienden y se apagan. Son señales de auxilio. Cunde el pánico. Desde el escritorio contemplo a través del cristal cómo viven allí afuera. Hay disparos, gritos y la adrenalina se apodera de sus mentes. Veo el espacio tangible en el que viven y el aire que respiran es el artificio del progreso. El silencio se demora en el espacio en que vivimos. Me cuesta encontrar los límites de nuestros sueños y no llego a comprender del todo por qué existen los miedos que hacen que dejemos de creer en la realidad. Siento como si detrás del cristal estoy yo sólo y tras de mí el abismo inmenso, como una especie de acantilado al que me he de lanzar para conseguir mis propuestas, para alcanzar mí meta. Y, sin embargo, esa adrenalina, ese placer de lanzarse sin pensar en lo que puede ocurrir yo no lo siento, no lo vivo. Debería estar entusiasmado con todo lo que me está ocurriendo, pero no.

Alguien me dijo que ahora tenía una estrellita al lado y que no me bajara del lugar en el que estoy. Dudo mucho que conmigo existan cosas como las estrellas o las esperanzas. Creo que no he sabido invertir suficiente tiempo en mí, pero he dedicado mucho en las demás personas. Durante años he acabado por convertirme en una especie de Freud inconsciente para los demás, a quienes vendía esperanzas y predicaba que con el esfuerzo todo se convertía en logros. No obstante, aún no he llegado a comprender el por qué. Nunca entenderé cómo pude confiar tanto en los demás y crearles en ellos una motivación para que siguieran adelante cuando en mí nunca lo he hecho. Necesito vivir la vida como la vivía antes, hace unos meses. Necesito adrenalina, tensión, alegría. Odio el capricho que se permite nuestro corazón cuando las cosas no nos salen del todo bien. Y veo más allá de mí una completa farsa de triunfos, de metas, de sueños que , difícilmente, con ilusión se puedan llegar a hacer realidad. La gente construye mucho su destino, pero lo único que consiguen es quedarse en medio del camino porqué no saben lo qué buscan, lo qué realmente desean y niegan saber. Yo, por lo menos, intento dejar que la vida juegue un poco en mí contra, que venga alguien y me destruya las esperanzas. De alguna manera consigo -no sé cómo ni por qué -que todo ello sirva para aumentar mí empeño en que lo voy a conseguir, en que no me voy a rendir y que voy a luchar cueste lo que cueste.

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